Costumbres por tierras del Bajo Aragón
Cantos de taberna hacia 1900
Publicado en la revista Gaiteros de Aragón, Nº 19. Invierno 2003
José Antonio Adell Castán y Celedonio García Rodríguez
Al final de la década de los años cincuenta el diario El Noticiero publicó una serie de artículos sobre costumbres y tradiciones aragonesas. S. González y Gómez escribía de dances, completando sus datos con aportaciones de Antonio Beltrán Martínez, quien ya era una autoridad en la materia.
A estos artículos recurriremos en alguna otra ocasión; ahora vamos a fijarnos en otros publicados por Elisa Sancho Izquierdo sobre costumbres del Bajo Aragón, aunque con este epígrafe se incluyen lugares que actualmente constituyen otras comarcas próximas.
El dance de Alloza
Antonio Beltrán hace un estudio de este dance en su libro El dance aragonés, y dice que es uno de los más interesantes de la provincia de Teruel. Está dedicado a San Blas y por este motivo los danzantes, en los “dichos” explican la vida de este Santo. El Mayoral, después de saludar a los presentes, llama al gaitero:
“Ea, gaitero a tocar
los mozos de este lugar”.
y veremos cuál se portan
Elisa Sancho nos habla del “dance sacro en honor del Patrono” de 1958, una costumbre inmemorial que se recuperó aquel año después de treinta años sin celebrarse. Vicente Alfonso “El Rincón” y José Gracia “El Fanfarrón” pusieron todo su empeño para que el día 3, festividad de San Blas, la plaza acogiera el dance. El Mayoral, después de saludar a las autoridades y obtenida su venia para actuar, explicaba el motivo del dance (honrar al Patrono del pueblo) y mandaba al Rabadán que buscara doce jóvenes guapos y de aliño para danzar. El Diablo, enterado de esto, intentaba estorbar el dance, pero aparecía el Ángel que le hacía retirar avergonzado.
Los parlamentos del dance se actualizaban a los tiempos modernos:
Por televisión he visto,
y por la radio que tengo
instalada en los abismos
más profundos del infierno,
me entero con sobresalto
que los hijos de este pueblo
quieren hacerle a San Blas
un homenaje estupendo…
y dispuesto yo a impedirlo,
he salido del averno.
Derrotado el Diablo, los doce danzantes, en grupos de cuatro, ejecutaban el dance acompasándose con palos decorados y al son de la gaita.
La despedida corría a cargo del Mayoral y del Rabadán, relatando asuntos públicos de interés en versos satíricos:
Me tendré que despedir,
aunque sea de muy mala gana…
de las mozas que presentes
están ahora en la plaza;
míralas que van bonicas
con la permanente en frío…
con ese traje de sastre
y ese rimbombante abrigo…
quien las vea así vestidas,
si no os conoce, dirá:
todas esas señoritas
serán de casa real…
Noches de hogueras
En los años cincuenta, el éxodo de las gentes de nuestros pueblos a los suburbios de las grandes ciudades hacía estragos en las costumbres. En los pueblos del Bajo Aragón ya habían desaparecido las hilanderas que trabajaban a la puerta de la casa, mientras tomaban el sol y cantaban coplas como ésta, que entonaban en La Codoñera:
El Sol le dijo a la Luna
que se fuera a retirar,
que las mujeres de bien
no van de noche a rondar.
El mensaje de la copla se cumplía, excepto si había hoguera; entonces, todo el mundo salía a contemplarla. En La Codoñera y en otros pueblos las hogueras se iniciaban la víspera de la Virgen del Pilar y se sucedían para la Virgen de Loreto, Circuncisión del Señor, San Antón, San Sebastián, San Valero, San Blas y Santa Águeda.
Con el fuego se intentaba neutralizar el frío del ambiente y alegrar las largas noches de invierno. En el centro se colocaba una enorme “tranca” constituida por un olivo entero o por un pino de gran tamaño (la terrible helada del 56 proporcionó abundantes troncos de olivo para las hogueras de varios años) y a su alrededor otros más pequeños o ramas formando una pirámide. En la base, las matas de romero o aliagas ardían con crepitar fugaz prendiendo en los troncos gruesos. A su alrededor se comía y se bebía; se cantaba y danzaba, y se evocaba el amor:
Una “media” no es beber,
un cuartillo no emborracha;
yo no sé lo que me pasa,
que no me puedo tener.
por los rincones.
con alegría y contento!
¡Cuándo será aquel día!
¡Cuándo…!
Bajad roscones,
bajad roscones,
de aquellos que se esconden.
¿Cuándo será aquel momento
que nos casemos los dos.
Al hilo de estas coplas, vamos a transcribir otras que Rafael Pamplona incorporó en su novela titulada Los pueblos dormidos, que publicó a comienzos de 1910. En el texto recoge algunas costumbres del Bajo Aragón relacionadas con bailes y cantos femeninos alrededor del fuego:
Para coger las olivas,
los hombres con escaleras;
para llegar las del suelo
casaditas y solteras.
no te sacarán tus padres.
Cásate niña a tu gusto,
no te cases al de nadie;
que si vas a los infiernos
El ramo
En Ejulve, el segundo día de Pascua de Resurrección era costumbre ir en romería al convento del Olivar, donde los Padres Mercedarios custodian la imagen de la Virgen. Se salía muy temprano del pueblo y después de la celebración religiosa comían en el campo. Los mozos montados a caballo llevaban a la grupa a la hermana o a la novia, y los carros y tartanas formaban una caravana más lenta, pero al atardecer todos se reunían cerca del pueblo para llegar juntos a las afueras, donde se efectuaba la ceremonia de las “cantas” o del “ramo”.
Todos los que se habían quedado en el pueblo salían a recibir a los romeros. Éstos habían recogido flores en el campo para las personas a quienes deseaban ofrecer un testimonio de afecto o de respeto. Los jinetes y sus parejas descabalgaban y los demás se apeaban de los carros. Las muchachas jóvenes eran las encargadas de ofrecer el homenaje, entregando el ramo con flores que tuvieran alguna cualidad que permitiera la rima en asonante con la persona obsequiada. La chica se adelantaba hacia ella cantando:
“Ese ramo está compuesto
con una flor amarilla
para regalárselo
a la señora María”.
Todos repetían a coro los dos últimos versos. La persona a quien se ofrecía lo aceptaba y le cantaban:
“Tome, señorita el ramo
que de mi mano se ofrece;
no es como yo lo quería
ni como usted se merece”.
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