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García y Adell

El remoto y simbólico juego del ajedrez

El remoto y simbólico juego del ajedrez

DEPORTES Y JUEGOS TRADICIONALES

Publicado en “Cuadernos Altoaragoneses” del Diario del Altoaragón. Domingo, 23 de junio de 1996

Por José Antonio ADELL CASTÁN y Celedonio GARCÍA RODRÍGUEZ

     Este juego se atribuye al griego Palámedes, que lo inventaría durante el sitio de Troya para distraer a los guerreros durante los días de inacción. Otros dicen que el antecesor del juego actual del ajedrez se practicaba en Asia; a mediados del siglo VII los árabes lo descubrieron al conquistar Irán, lo adoptaron y perfeccionaron. Un siglo más tarde lo introdujeron en Europa.

    También se dice que proviene de los persas o de los chinos, que lo dieron a conocer a los árabes. En Europa se introduciría después de las Cruzadas. Los indios atribuían el descubrimiento a Sisa. Los japoneses, los egipcios o incluso los árabes españoles figuran en la lista de posibles inventores, aunque un persa parece aventajar a cuantos se disputan la supremacía del juego.

    La versión más admitida sobre quién concibió el juego recae en el conocido rey persa Artajerjes. Según dice Rodríguez de Castro en su Biblioteca española, por dicho medio aprendió el rey a administrar justicia en sus reinos y a ser equitativo con sus vasallos.

    Blasco Ijazo (1) señalaba que el ajedrez ha sido ocupación casi exclusiva de príncipes, filósofos y grandes capitanes. Luego, a pesar de los esfuerzos que realizó la civilización por nivelar las distinciones sociales del juego del ajedrez, no pasó de ser el digestivo de las clases mejor acomodadas. En la actualidad, ya podemos decir que el ajedrez lo practican todos los estratos de la sociedad.

El ajedrez en España

    El juego del ajedrez, al parecer, se introdujo en España entrada la segunda mitad del siglo XIII, durante el reinado de Alfonso X el Sabio. En 1283, Alfonso X el Sabio dio a conocer el Códice titulado “Libro de los juegos de Alfonso X”.

     En esta época, según señala Blasco Ijazo, vivía en Barcelona un rabino por cuyo talento mereció el calificativo de Cicerón hebreo; se llamaba Jedahiah y escribió un curioso trabajo del juego del ajedrez del que hicieron salmos los eruditos extranjeros. Jedahiah decía que el juego fue inventado por los sabios egipcios con objeto de proporcionar a los príncipes de la tierra un esparcimiento digno de sus personas y que al mismo tiempo les sirviera de instrucción en el modo de gobernar a sus pueblos con equidad y justicia.

    Jedahiah disertaba sobre el juego y también comparaba el ajedrez con otros juegos populares de la época: “El juego es uno de los vicios que con mayor insistencia he reprendido en mis libros, pero la experiencia me ha demostrado, ahora que soy viejo, cuán trabajoso resulta para el hombre el camino de la virtud si no se allana con algún honesto recreo que alivie un tanto sus fatigas. El juego de los naipes y el de los dados, que son por su naturaleza los más solicitados y los que atraen las pasiones de la edad adulta, ocasionan graves perjuicios a la moral pública, y no poco desarreglo en las facultades mentales del jugador, mientras que el ajedrez, al paso que deleita, instruye en las máximas de una sana y verdadera filosofía”.

    Ciertamente, los naipes formaban parte de la pasión dominante de los cortesanos de aquel siglo, que aprendieron de los franceses el arte de desplumar a los incautos.

El simbolismo del ajedrez

    Según Jedahiah, el ajedrez, con las piezas debidamente colocadas y en reposo, constituye un cuadro simbólico que representa el alto personal político-religioso de los gobiernos israelitas; las atribuciones dadas a cada una de las piezas en su orden de marcha son análogas a las que tenían aquellos dignatarios en sus funciones. De este modo, comparaba el tablero con un reino en estado de paz, cuyos habitantes vivían sumisos a la voluntad absoluta del Soberano y de los magistrados. El rey, sentado en su trono, administraba justicia; a su lado; el sumo sacerdote (la reina) compartía con el Soberano el gobierno de sus vasallos. El virrey (primer alfil) y el consejero (segundo alfil) gobernaban directamente al pueblo. El gran capitán (primer caballo) dirigía el ejército, peleando en primera fila, mientras que el segundo caballo se asociaba al prefecto de los sacerdotes. La primera torre era el orador que arengaba al pueblo hebreo antes de comenzar la batalla, mientras que la segunda torre era el jefe del templo que presidía el culto; los peones se equiparaban a los infantes.

    Interesante resulta, asimismo, el testimonio del citado rabino cuando el reino estaba en guerra con sus vecinos. La alegoría era distinta; ya no se trataba de los israelitas, sino de los medos y de los persas, pueblos muy belicosos y superiores a todos los orientales en el “arte” de la guerra. El orden de batalla, marcha y ataque de las piezas del ajedrez era semejante a la manera de pelear de aquellos pueblos. 

    Independientemente de que los medos y los persas pelearan de una manera u otra, por su interés transcribimos el texto de Blasco Ijazo basado en el de Jedahiah:

    “El rey se llama «Shah», la reina «Pherzán», el elefante se convierte en elefante o «Phil», el capitán de los caballos es «Pharas», y «Roc» el castillo.

    Colocados los dos ejércitos frente a frente, empezaban los «Infantes» (peones) la lucha marchando a encontrarse en línea recta y atacándose de costado, sin que les fuera permitido dar un paso atrás, aunque se vieran amenazados de muerte. El «Pharas» iba en su carro y pasaba por encima de los guerreros sin consideración alguna; pero es probado que jamás despachurró a ninguno de los suyos.

    El elefante caminaba oblicuamente y, aunque pesado en sus maniobras, barría con su trompa en un santiamén cuanto encontraba en su camino. Los ambulantes castillos, defendidos por saeteros, atacaban en todos los sentidos y eran el amparo del Soberano cuando éste se veía en peligro. La reina, cuyo deber consistía en guardar a su señor, iba a donde quería y por donde quería con tal de que caminase con mesura y no saltando que es cosa impropia de las damas. El rey, a quien nadie osaba acometer sin pedirle antes su venia, no salía de sus reales sitios sino en casos extremos y procuraba abrigarse a la sombra de los suyos que a porfía se sacrificaban por salvar su corona. Huir era un baldón para el soldado; retirarse a tiempo, la gloria del buen capitán, porque en aquellas ejemplares lides la victoria favorecía al más astuto, no al más fuerte, y ninguno de los contendientes se consideraba vencidos hasta que moría su príncipe soberano. Muerto el rey, el ganador gritaba a sus compañeros: «¡Shah mat!» ¡El rey es muerto!, y, dueño del campo, recibía los honores del triunfo”.

    Parece evidente que el espíritu del juego se acomoda más a la idea de una batalla. La etimología de los nombres que reciben cada una de las piezas también muestra innegable analogía.

El ajedrez en Aragón

    La práctica del ajedrez en Aragón se fomento siempre entre las diferentes clases sociales. Según Blasco Ijazo (2) “más de un monarca aragonés hizo donación de trebejos para tan interesante distracción en nobles y aun en vasallos. Trebejos en la acepción castellana de «cada una de las piezas del juego del Ajedrez»”.

    José Blasco nos muestra una relación de las obras de ajedrez en poder de los monarcas aragoneses. Las primeras constan en un inventario de la biblioteca del rey Martín I (el Humano), realizado en 1410; en él se señala la existencia de cuatro libros que tratan de ajedrez.

    Del mismo siglo XV datan las obras de Mose Asán, de Zaragoza; de Bonsenior Aben Jachija (el hebreo) y varios manuscritos de Fray J. Cassoles. También de esta época ha llegado hasta nuestros días un interesante manuscrito titulado “Hobra intitulada Scachs damor”, de Mossen Fenollar; presenta la partida más antigua que se conoce con el actual modo de jugar.

    La era cumbre del ajedrez aragonés se produjo por la influencia de los reyes Jaime I el Conquistador, de Alfonso V de Aragón y de Fernando II el Católico, circunscrita casi exclusivamente a la nobleza.

    En los siglos XVI y XVII sobresalieron Escovara, Roscés, Esquivel y algún otro aragonés. Ya metidos en el siglo XIX se dieron a conocer nuevas y destacadas producciones ajedrecistas, de las que trataremos otro día. 

CITAS BIBLIOGRÁFICAS

(1) BLASCO IJAZO, José: “El juego del ajedrez (I)”, en El Noticiero, 4 de septiembre de 1955.

(2) BLASCO IJAZO, José: “El juego del ajedrez (II y último)”, en El Noticiero, 18 de septiembre de 1955.

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